Considerado como uno de los escultores más importantes del S. XIX y principios del XX. Su fuerza como escultor residió en su habilidad para ver más allá de la superficie. Para él la belleza del arte radica en la representación del estado interior.
La escultura era un instrumento para su personal interpretación de la naturaleza. Funde la técnica impresionista, que con la rugosidad de las superficies y la multiplicación de planos, obtiene efectos de luz y de vida profunda de las figuras.
El cuerpo humano, desnudo, quizá sea uno de los motivos centrales de una obra descomunal, de la reflexión más espiritual y filosófica al abrazo amoroso más tórrido.
Logró distanciarse del canon académico y del círculo de élite autorizado socialmente para crear y criticar arte, y en emprender un camino autodidacta y libre, capaz de promulgar sus propias leyes estéticas (bueno, y también las de Camille Claudel; o sobre todo las de Camille, porque Rodin le debe mucho, tal vez demasiado).
Con una pasión rara, todavía, entre los creadores de su generación, Rodin utilizó la fotografía como recurso creativo y “herramienta” de trabajo, fascinado, así mismo, como gran coleccionista, que llegó a guardar varios millares de fotografías y negativos, propio y ajenos.
ROBAR A RODIN
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